Érase una vez un príncipe encantado, cuyo castigo fue tener un corazón sin latido. Pasaban los años y el príncipe cargaba con su pena, mujeres de todas las provincias y países llegaban para conquistarlo, pero su corazón no latía al verlas. La historia se difundió por todos los reinos y comenzaron a llamarle el príncipe sin latido.
Sus noches eran frías y tormentosas, el recuerdo de las mujeres a las que había dañado llenaba su cama de lágrimas. Así que el príncipe decidió alejarse de su reino, y emprendió un viaje solo en busca del amor. Ataviado con ropas de plebeyo recorrió todas las tierras de su reino en busca del amor.
Cuando estaba a punto de rendirse vio en el río a unos niños nadando, pero al observar de cerca, se dio cuenta de que uno de ellos se estaba ahogando, así que sin dudarlo corrió y se tiró desde lo más alto, y alcanzó al niño.
Cuando llegó a la orilla sus dos hermanos lloraban desconsolados, su madre aún con lágrimas en las mejillas pronunció estas palabras.
—Mi ángel, eres bello por fuera y por dentro, que tu luz brille con fuerza. No solo has salvado la vida de mi hijo, sino que además demostraste tu valentía y coraje. Eres un buen hombre, bendigo tu camino.
La mujer se acercó y le dio un beso en la mejilla, el corazón del príncipe comenzó a latir con fuerza, en ese momento sintió que era ella la elegida. Sin más, se despidió y volvió a su reino.
Pasaron los días y no podía olvidarla. Aquella mujer había conseguido lo que nadie consiguió en muchos años. No recordaba su rostro, no recordaba su cuerpo ni sus vestimentas, pero su voz le hacía temblar en la madrugada. Aquellas palabras le atravesaron el alma.
Al anochecer del día 9 la bruja que le lanzó el maleficio se presentó, traía un presente inimaginable.
Al verla se asustó y trató de correr, pero cuando se disponía a saltar por la ventana, su voz le hizo detenerse. La mujer que le había hecho latir el corazón era la bruja que lo había maldecido.
El príncipe la miro a los ojos y le confesó el amor que sentía por ella. Le prometió que sería un buen rey, que con él nunca le faltaría un amanecer, que inventaría un mundo nuevo para los dos, un mundo nuevo donde amarse.
Amanecer
Con el amanecer de tus ojos,
he inventado un nuevo mundo
donde amarnos.
La sensibilidad de tus labios
ha sido mi único instrumento.
Me guías hacia ese mundo de en sueño
que aparece cuando te beso,
cuando me sumerjo y siento el amanecer
cayendo sobre nuestros cuerpos.
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