Hay mañanas que despierto asustada. La verdad es que últimamente suele ser más a menudo de lo que quisiera. Llevo dos años luchando contra mis musas, las que creen en la justicia, en la solidaridad, en el buen hacer de la gente. Les explico que estoy cansada de que todos me utilicen, que no moveré un dedo por nadie. Pero luego, pienso en todas aquellas personas que han sido víctimas de grandes injusticias, a las que aún no puedo poner nombre, y algo llamado Amor nace en mí. Respiro profundamente, tomo aire, y sigo adelante, luchando a pesar del miedo por un mundo más justo para todos. Hay mañanas que quisiera ser simplemente María José, despertar en Sevilla, tomar de la mano a María, y esperar a que Pepín baje para dar un paseo los tres. Entonces, despertar asustada por hacer lo correcto merece la pena, porque así me permito sin remordimientos y libremente, tomar de las mano a mi madre, esperar a que mi padre baje, y dar nuestro ansiado paseo los tres. Así que cuando las musas se revelan ante mi impasividad, admito que llevan toda la razón.
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